MARIO A. DE LA FUENTE FERNANDEZ

MARIO A. DE LA FUENTE FERNANDEZ
FIRMANDO AUTOGRAFOS

miércoles, 20 de enero de 2010

LECCION VI

LECCION SEXTA.
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LA CONCISION DEL ESTILO.
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La segunda cualidad esencial de un buen estilo en la CONCISION, es decir, el arte de encerrar un pensamiento en el menor número de palabras posible.

Hemos dicho en la lección anterior que es necesario emplear la palabra propia, exacta, imaginada, en relieve, y no la palabra vulgar y la frase hecha. Esos consejos, para lograr la originalidad, abarcan, pues, implícitamente la precisión, la corrección, la claridad, la exactitud, la naturalidad, etc., cualidades que me ha parecido inútil hacer figurar aparte.

En la presente lección, es también evidente que la concisión encierra en sí la sobriedad, la temperancia, la fuerza, el brillo, etc.

Una gran causa de pobreza literaria, lo que quita a un estilo su fuerza y su efecto, es la difusión. Las frases en que hay exceso de palabras no cautivan a nadie.

La concisión es el arte de recoger, de hacer salir la idea, de condensar los elementos de una frase de una forma cada vez más ajustada. Es el odio al estilo flojo. La elocuencia no está en la cantidad de las cosas que se dicen, sino en su intensidad.

La falta de concisión es el efecto general de los que empiezan a escribir y no se cuidan. Las tres cuartas partes de los autores se contentan con una forma que creen definitiva y que se rehace en la lectura.

La concisión es cuestión de trabajo. Es preciso limpiar el estilo, echarlo , destilarlo, pasarlo por un tamiz, quitarle la paja, clarificarlo, amasarlo, endurecerlo, hasta que ya no de más viruta, hasta que la fundición está en rebaja y se hayan arrojado todas las escorias del metal. Léase a Pascal, La Bruyere, Montesquieu; no se puede quitar una palabra de sus frases. Hasta no llegar ese estado cuajado, sólido, indestructible, no estará a punto nuestro estilo. En una palabra : es preciso que no puedan decirse de una manera más concisa las cosas que decimos.

Es lo que Flaubert expresaba en esta forma : "La prosa nunca está terminada". Agregamos que no puede estará terminada. Donde nosotros nos detenemos , ya sea Chateaubriand o un La Bruyere, puede presentarse otro, un genio más grande que nosotros, que vea más lejos y que realice una forma más perfecta.
Nuestros grandes escritores representan la expresión más alta del arte de escribir; pero esa expresión no es la última; habría podido existir una más elevada.

Empleamos exceso de palabras porque nos sentimos embarazados para expresar nuestra idea; rondamos a su alrededor, y cuando todas las palabras están escritas, se hace, desgraciadamente, inseparables de la idea; ya no se puede ver el pensamiento más que con sus filamentos; sería necesario arrancar brutalmente lo que se quiere decir, y sacudir la tierra adherida a las raíces de la planta.

Algunos estilos carecen de elocuencia por ese desdichado efecto de difusión. Las mismas cosas serían sorprendentes si estuvieran más condensadas. El lector común no puede decir por qué no siente atractivo al leer esas páginas.

El hombre del oficio ve enseguida lo que falta, o, mejor dicho,
lo que está de más.

El mismo pensamiento es débil o robusto según la comprensión que se le de.

Resultará flojo o difuso, si decimos :" Las mujeres no tienen límites en sus sentimientos, unas veces valen más y otras menos que los hombres ". Pero resultará sorprendente si decimos con La Bruyere :" las mujeres son extremas; o son mejores o peores que los hombres ".

No asombraré a nadie si digo : " Los pensamientos elevados, los que ennoblecen y asaltan al hombre, tienen su origen y su fuente en el fondo de vuestro corazón ". Pero la concisión hará soberbia esa idea si digo con el moralista : " Los grandes pensamientos vienen del corazón ".

Un estilo difuso y sin concisión se soporta un instante, pero pronto fatiga. hay que evitar lo superfluo, el amontonamiento, la verborrea, la acumulación de ideas secundarias que no agregan nada a la idea maestra y que no hacen más que debilitarla.

Por la concisión, repetimos, se obtiene la claridad, la sobriedad, la propiedad, la corrección, la brevedad, la pureza, cualidades que es un error querer demostrar por separado, pues están contenidas en la concisión, así como, según hemos visto, el relieve, la fuerza, la expresión, la energía, la naturalidad, la riqueza, están contenidas en la originalidad del estilo.

Hay que observar la concisión no solamente en las palabras, reduciendo su número hasta el mínimo, sino también , en el giro de las frases, empleando con preferencia , las construcciones rápidas , las que aligeran el estilo en vez de hacerlo pesado.

No debe olvidarse que las frases están hechas las unas con las otras, y que su encadenamiento ajustado constituye una de las bellezas generales del estilo. Es necesario que las frases no aparezcan injertadas, sino engendradas , no yuxtapuestas artificialmente, sino lógicamente deducidas.

El vicio de falta de concisión es tal vez el más difícil de comprobar en el propio estilo (auto controlarse). Se hace necesaria una vigilancia incesante para notar que se carece de concisión. Ese defecto universal es el que hace las traducciones fastidiosas, porque la dificultad de expresar exactamente un pensamiento del texto obliga al traductor a emplear demasiadas palabras. La brevedad es la última cualidad que se aprende en el mecanismo del arte de escribir.

Es necesario convencerse de que se debe siempre cortar, podar, limpiar el estilo; es preciso decirse que eso es necesario y que es preciso creerlo por anticipado. Cuando se crea haber escrito un párrafo definitivo, vuélvasele a leer, corríjase, trátese de descubrir fórmulas más rápidas. Esas fórmulas existen ; se trata de encontrarlas.

Como experiencia personal, les puedo comentar que , generalmente escribo en la tarde, casi la noche, pero que al otro día en la mañana, con la cabeza totalmente descansada y despejada , releo y corrijo , y lo primero que hago en la tarde es pasar esas correcciones a la memoria de mi computadora (grabar). Es un ejercicio que repito todas las mañanas con el trabajo del día anterior, incluso , reviso un trabajo varias veces.

Lo que , con más frecuencia produce la difusión es el empleo de ideas semejantes que se sobre añaden y se yuxtaponen en el juego de la composición y en la falta de atención de la inspiración . Quítese de una idea todo lo que no fortifica, todo lo que sea de un matiz idéntico, todo lo que carezca de relieve, todo lo que pueda quedarse en el camino. Y lo que quede, trátese de expresarlo en la menor cantidad de palabras posibles.

Como dice Boileau, para saber escribir hay que saber limitarse. El arte de destacar su pensamiento, de sacarlo de su embrión, el arte de aislarlo y presentarlo en relieve, sólo es difícil porque se emplean demasiadas palabras.

He aquí una frase de Alfredo de Vigny, mal hecha por culpa de una palabra inútil.

" La carretera de Artois y de Flandes es larga y triste. En el mes de marzo de 1815 pasó por esa carretera y tuve un encuentro que no he olvidado después ".

La palabra después es inútil y queda en el aire. No agrega nada, ninguna idea, ningún matiz.

La obligación de ser concisos no significa que haya que cortar las alas a la fantasía y a la imaginación y renunciar al color o a la magia de las palabras; pero es necesario que esa palabras sean magníficas; pues si son inexpresivas, incoloras y vulgares, como : timidez, mal genio, tormento, pasión, embriaguez, terror, llama, furor, odio, etc. resultan inútiles y hay que suprimirlas.

Ahora, la escuela moderna y liberal permite todo y la poesía, permite más. Formar palabras combinando idiomas , modismos regionales , malabarismos de la lengua, glosolalias, jitanjoforas, afronegrismos, trabalenguas, anagramas, retruécanos, anacáclicos, calemboures, etc. etc. No es que lo permita en la actualidad, siempre lo ha permitido, lo que pasa es que durante una época los intelectuales de lengua castellana fueron ultra conservadores, es por ello que avanzaron los escritores latinoamericanos.

El último ejemplo. Lo tomo de un autor contemporáneo que pasa por escribir bien. Si el lector suprime todo lo que vamos a DESTACAR , como similar, repetido o ya dicho, verá que lo que queda del fragmento puede constituir un estilo bastante aceptable.

"Su viejo amigo el doctor le aconsejó un aire más suave, UN CLIMA MAS CALIDO, UN CIELO MAS PURO, UNA LUZ MAS TIBIA, UNA RESIDENCIA MAS CALMANTE. El invierno es riguroso, ASPERO, MUY RUDO en las costas de Bretaña, A LO LARGO DE AQUELLOS ACANTILADOS ABRUPTOS, en aquel frío país del norte. ¿ Sería tan bueno, TAN RECONFORTANTE, UN RAYO DE SOL MERIDIONAL?, Pero , el doctor hablaba fácilmente..... Su enfermo es un sacerdote, UN SERVIDOR DEL ALTAR, OBLIGADO A UN SERVICIO PIADOSO, QUE NO PUEDE ABANDONAR SU PUESTO, DESERTAR DE SU DEBER, ABANDONAR LA CASA DE DIOS DONDE SUS OVEJAS VAN A AGRUPARSE, A REUNIRSE Y A CALENTARSE. ¿ Cuántos obstáculos y DIFICULTADES para viajar? ;¿ Cuántos detalles imperceptibles para nosotros, pero penosos, ALARMANTES, INQUIETANTES Y DOLOROSOS para un sacerdote !. Puede él recorrer los hoteles, sentarse a las mesas redondas, VIVIR EN UNA HABITACION EXTRAÑA, OIR LAS CONVERSACIONES INSOLENTES, aventurar SU GRAN EDAD y sus cabellos blancos en medio de esas colonias mundanas en que cada uno hace alarde de lujo, DE ANIMACION y de frivolidad, DE ELEGANCIA? ".

Veamos lo que quedará una vez suprimidas las palabras destacadas:
" Su viejo amigo el doctor le aconsejó un aire más suave . El invierno es riguroso en las costas de Bretaña, en aquel frío país del norte. ¿ Sería tan bueno un rayo de sol meridional?. Pero el doctor hablaba fácilmente....Su enfermo es un sacerdote que no puede abandonar su puesto. ¿ Cuántos obstáculos para viajar?. ¿ Cuántos detalles imperceptibles para nosotros, pero penosos para los sacerdotes?. ¿ Puede él recorrer los hoteles, sentarse a las mesas redondas, aventurar sus cabellos blancos en medio de esas colonias mundanas, en que cada uno hace alarde de lujo y frivolidad?".
Ciertos espíritus enamorados de oropeles y perendengues preferirían el primer texto. Un " buen espíritu", un espíritu sano no vacilará.

Poner demasiadas palabras es un defecto grave; pero repetir torpemente las mismas es debilitar el estilo de otra manera. En esto hay que ser implacable, pues no hay nada que revele tanto la pobreza de imaginación y canse más pronto al lector. Téngase muchisima atención, pues es más fácil dejar pasar sin verla una expresan ya puesta, o demasiado aproximada.

No hablamos de las palabras corrientes que no pueden evitarse, como el, ella, y , donde, a, al, etc., que son necesarias a cada instante; pero si se encuentra una palabra, un epíteto, un verbo empleado algunas líneas antes , proscríbase o simplemente ese un sinónimo.

Algunos autores como Chateubriand y Flaubert han perseguido las repeticiones hasta no tolerarlas en la misma página. El límite de una exigencia es cuestión de gusto, pero es mejor pecar por severidad.

Si está haciendo un trabajo sobre los estudiantes puede utilizar mil sinónimos, incluso palabras parecidas tales como: estudiosos, estudiantiles, estudios, etc.

Cierta escuela contemporánea, que no busca más que el impresionismo en literatura, afecta no preocuparse de las repeticiones; las deja ,las ostenta, lo tiene a gloria.

No debemos olvidar que a principios de siglo fueron muy comunes las recitaciones glosolálicas .

"Esta era una madre, que biraba, biraba
De pico y picoteaba , de pomporerá.
Tenía tres hijos, berise, berise, de pico y picotise , de pomporerá.
El uno iba al estudio, berubio, berubio,
De pico y picotubio, de pomporerá.
El otro iba a la escuela, viruela, viruela,
De pico y picotuela, de pomporerá.
El otro iba a cazar perdices, berices, berices,
De pico y picotices, de pomporerá.
Y aquí se acaba el cuento, biruento , biruento,
de pico y picotuento, de pomporerá".

Es este el momento en que aparece la música , el ritmo en la literatura, pero sobre todo en la poesía.
El ritmo, empero , existe desde antes que las palabras organizadas.

Cicerón hacía notar que no hay absurdo que no haya sido dicho por lo filósofos. Habría podido extender reflexión a la literatura. Las grandes reglas del arte de escribir serán eternas.

Hay , también , repeticiones disculpables . Antes que cambiar el sentido de una frase, antes que poner una palabra débil, o atenuar un pasaje, es preciso mantener las repeticiones, cuando son exactas, lógicas, luminosas y no pueden ser reemplazadas más que por expresiones más débiles.

Es lo que sintió Pascal cuando escribió estas líneas, en las que el mismo da el ejemplo de una repetición que habría podido evitar :

"Cuando en un discurso se ENCUENTRAN palabras repetidas y que, al tratar de corregirlas , se las ENCUENTRA tan propias que se echaría a perder el discurso, hay que dejarlas; es la marca, y es la parte del deseo, que es ciego y que no sabe que esa repetición no es "falta" en ese sitio, pues no hay regla general".

Sí, hay reglas generales, pero hay también excepciones. Estas son cuestión de tacto, y dependen de las circunstancias. Las reglas generales resumen los preceptos del arte de escribir.

Para evitar las repeticiones, como decíamos “anteriormente” , se puede perfectamente recurrir a los sinónimos.

En la frase anterior, tenemos un ejemplo, la palabra “ anteriomente” está demás, ya que si decimos “decíamos” es en pasado y por tanto se supone que fue anteriormente.

Una discusión sobre los sinónimos no tendría ninguna utilidad. En absoluto, puede decirse que no hay sinónimos, pues las palabras a que damos ese nombre no expresan exactamente la misma idea.

Es necesario proscribir , también , del estilo lo que yo llamaría los PARASITOS, esas conjunciones de que se abusa para llevar a las transiciones de frases, como : en efecto, por lo demás, ciertamente, por otra parte, por el hecho, en definitiva, por una lado, ahora bien, a decir verdad, por su parte , seguramente, etc.

Las frases deben ligarse , no con ataduras ficticias, sino por la lógica de la idea, por la fuerza del pensamiento. Deben ir lado a lado, indisolubles, sin aparentar haber sido atadas. Hay casos, bien entendido, en que esas conjunciones son indispensables y causan el mejor efecto. Sólo
protestamos contra el abuso.

La concisión puede aprenderse no solamente a fuerza de trabajo, sino sobre todo, por la lectura de los escritores clásicos. Pascal y La Bruyere son, a ese respecto, muy aprovechables, y, entre los demás modernos, Gustavo Flaubert, sobre todo en sus "TRES CUENTOS".

TRABAJO.: REFIÉRASE A LA ILACION.-

No menos de 5.000 dígitos.

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