MARIO A. DE LA FUENTE FERNANDEZ

MARIO A. DE LA FUENTE FERNANDEZ
FIRMANDO AUTOGRAFOS

miércoles, 20 de enero de 2010

LECCION XIX

LECCION DECIMONOVENA.

EL DIALOGO.
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La cuestión del diálogo ocupa en el arte de escribir tanto lugar como la descripción. No es raro introducir en una narración personajes que hablan; el movimiento de la acción depende por completo de eso muchas veces. Hasta puede tratarse un asunto completamente en diálogo, sin escribir para el teatro.

El arte del diálogo merece. pues, algunas reflexiones generales a falta de un estudio profundo, que nos llevaría demasiado lejos y correspondería más bien al arte dramático.

No hay nada más difícil que el diálogo . El buen diálogo, es lo único que se aprende. Es casi un don. Exige cualidades de movimiento, de rapidez de elegancia concisa que constituyen precisamente la vocación dramática.

Hay dos clases de diálogos: uno literario, construido, fraseado; el otro, que es la reproducción fotográfica de la palabra hablada, con sus giros imprevistos, juguete, febril. Nada es más difícil que equilibrar esos dos extremos, pues los novelistas que han tenido buen éxito en el diálogo de sus libros, como Flaubert, Daudet, Goncourt, nunca lo tuvieron en el teatro, donde triunfaron Escribe, Feuillet, Sardou, Dumas hijo, Augier.

Hay en esto razones de ejecución que sería curioso estudiar en una obra especial. Nosotros no examinaremos ahora más que los medios para alcanzar la buena calidad del diálogo.

En general, el diálogo no puede tener la vivacidad, la vida la ilusión de la verdad si está escrito en el mismo estilo de la narración. Hacen falta otras frases distintas de las de un libro o de un fragmento literario; frases concebidas de otro modo, más cortas, más cortadas. Es necesario que cada personaje diga pocas cosas a la vez, por la razón de que, en una conversación cada uno quiere hablar y no escucha mucho tiempo a su interlocutor. salvo los parlamentos necesarios y preparados, la respuesta rápida es lo que forma el interés
de un diálogo.

Aun concediendo muchas líneas a cada personaje, sigue siendo la calidad de las frases lo que producirá el movimiento y la diversión del diálogo. Nada más opuesto al verdadero diálogo que los pretendidos Diálogos de los Muertos de Fontenelle de Fenelón.

Aquello es retórica fría e inexpresiva, una serie de frases literalmente escritas, puestas por fórmula en boca de algunos personajes convencionales. Entendido que es un género, una serie de fragmentos demostrativos que no tiene nada de común en la conversación hablada, una forma antigua de composición que permite desarrollar una tesis exponiendo razones en pro y en contra. Tales son los diálogos de Platón, el Tratado de los deberes de Cicerón.

Esas obras pueden ser comprendidas con el nombre general de diálogos filosóficos , imitación e los famosos diálogos de Luciano, que entre otras cualidades poseía la réplica endiablada y la impetuosidad continua.

En la fotografía pura y simple de la conversación hay que evitar un escollo: la tosquedad, la bajeza, la trivialidad.

No debe haber nada de construcciones de frases, nada de molde literario; despréndase la frase para dejar la espontaneidad, la viveza, la sátira o lo imprevisto de la réplica; pero el diálogo debe ser manejado con tacto, con estilo ;no el estilo narrado, expositivo y aplicado, sino un estilo discreto, con intención de elocuencia, y en el que se sientan las riendas sin ver la mano que las tiene.

Los diálogos de las novelas de Octavio Feuillet son modelo en este sentido, y deben leerse siempre.

Los autores realistas acusan al diálogo de teatro, de ser ficticio y de convencional. Algo de verdad hay en ese reproche; pero los diálogos de autores dramáticos como Sardou, Dumas hijo, Augier, Pailleron, Halevy, tienen el movimiento, la vida, la rapidez cortada, precipitada y mordaz que causa ilusión .

Pero es mucha verdad que el diálogo de nuestros autores dramáticos contemporáneos no es, con frecuencia, más que un diálogo de teatro en el que sólo se busca el efecto; en el que la respuesta se produce por la última palabra del interlocutor, y no por la verdad del personaje y la lógica de los sentimientos; es un diálogo que no reside más que en el "esprit", ( espíritu, alma, ánimo, ingenio, talento, inteligencia ) que es lo único que se busca.

En Moliere es donde se encuentra el diálogo verdadero, humano, eterno, de todos los tiempos, sin palabras del autor. Ábrasele al azar. moliere. He ahí el genio.

En resumen para tener buen éxito en el diálogo es necesario castigar lo más posible, buscar la concisión, variar los giros, preguntarse cómo se diría tal cosa en alta voz, colar las frases en donde el molde hablado.

Si no se tiene la vocación del diálogo, disposición para dar brillo a las respuestas y al espíritu, que es lo que forma al autor dramático, es inútil escribir para el teatro. Pero con trabajo y medianas actitudes se puede aprender a dialogar lo suficiente para escribir novelas. Para eso hay que leer muchos diálogos de teatro y las obras de los buenos autores, sobre todo Labiche, que es maravilloso en rapidez
y naturalidad.

NOTA: Hasta aquí llevamos 138 errores intencionalmente cometidos, un número antojadizo de este autor, por tratarse de dos veces 69. No están consideradas las palabras que no sean españolas.

En general, el deseo de brillar perjudica al diálogo; ( igual que , la creatividad y a la profundidad mueren cuando es el autor el que quiere brillar más que el texto ), en el diálogo, el autor no se decide a interrumpir a un personaje y mantenerlo dentro de la naturalidad, y el buen gusto es víctima del " esprit ".

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